miércoles, 6 de mayo de 2009

UNA VISITA ILUSTRE

 "La gente se arremolina en la pequeña tapia del castillo en cuyo centro se sitúa la iglesia de la Encarnación. Mira con ansia el camino que lleva a Hellín. Es el 24 de abril de 1411. Al fin, se ve una pequeña nube de polvo, que poco a poco se va acercando al pueblo. Entre vítores de una multitud compuesta por todos los habitantes de Tobarra y de los alrededores, por una estrecha y empinada calle de casicas a tejavana sube un fraile, ya mayor - tiene 61 años - de estatura mediana, bien proporcionado, con frente ancha y lucia calva. Monta un pequeño jumentillo en cuyas albardas lleva su modesto ajuar: en una, sus hábitos, una biblia, un breviario y recado para escribir y, en la otra, una pequeña estera que le sirve de colchón. Dos grupos le acompañan, uno de hombres convertidos, rezando alrededor de una imagen de Cristo crucificado y otro de mujeres alabando a Dios en torno a una imagen de la Santísima Virgen. El pequeño fraile que llega a Tobarra es uno de los dominicos más famosos y de los hombres más influyentes de la época. Ha renunciado al beneficio de Santa Ana en la parroquia de Santo Tomás de Valencia; ha sido confesor de Benedicto XIII, ha escrito un tratado sobre el Cisma moderno... Desde que tuvo una visión cuando estaba enfermo, desde el 3 de octubre de 1398, está dedicado, en cuerpo y alma, a la predicación itinerante. Ha recorrido buena parte de la Cristiandad. Ahora viene de Murcia, donde ha fundado un convento y, en quince días, ha pasado por Mula, por Cehegín, por Cieza, por Jumilla, por Hellín... Llega a Tobarra con una fama inigualada pese a las distancias, a la falta de caminos, a la ausencia de noticias... Cojea y se apoya en un bordón rematado en cruz. Al apearse del jumento, el alcalde besa su mano y también Don Rodrigo Sancho. Están presentes los presbíteros de Santa María y de la propia Encarnación. Le ofrecen agua en un cacico que el fraile bebe de buena gana. Pese a estar ya entrada, la mañana sigue siendo fresca, pero el sol luce con brillantez. A duras penas puede acceder a la Encarnación, una pequeña iglesia, enlosetada de blanco y negro, orientada hacia Oriente - lo que denota que fue una mezquita -, dividida en cuarterones, en los que, en dos de ellos, hace algunos años se ha decorado los techos con unos modestos artesonados como los del Convento de los Dominicos de Villena. Las pinturas que cubren las paredes relucen con sus colores brillantes, pero al buen fraile se le van los ojos al fondo del templo, donde se encuentra una talla antigua de Jesús Crucificado cuyos ojos son vivísimos y que tiene unas campanillas. El fraile se arrodilla en el suelo y, tras orar unos instantes, se dirige al púlpito, que se sitúa a la izquierda de la iglesia. Parece enfermo y delicado.
SANTUARIO DE LA ENCARNACIÓN
Púlpito del Santuario de la Encarnación 
 La gente llena el templo: los alguaciles a duras penas pueden contenerla y proteger el reducido espacio en el que los ricoshomes de Tobarra se aposentan con dificultad. El gentío se encarama en el púlpito. El fraile escruta, con sus ojos negrísimos, llenos de viveza y dulzura, a la multitud. Al hacerlo está cumpliendo el mandato de Santo Domingo: "comtemplata, aliis tradere". Han venido a escucharle gentes de toda laya, nobles y del común, hombres y mujeres, ancianos y niños. Comienza a hablar y se hace el silencio; cita a I Corintios (9, 16): "El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio y, ay de mí si no anuncio el evangelio". El oficio de predicador es el de cocinero. Toman la buena vianda, la lavan y la cuecen. Las viandas son la palabra de Dios. ¿Sabéis como lavan las viandas? Quien tiene que predicar debe estudiar y no predicar sin estudiar. Después debe cocerla en el fuego de Jesucristo. También el cocinero debe probar el cocido de sal. Así el predicador debe probar, probar de sal; o sea, que se predica de la humildad, debe probar la humildad; si de la castidad, debe ser casto. Sale el predicador, como el sembrador evangélico, de su celda, donde ha perseverado largo tiempo meditando, reflexionando, seleccionando en los graneros del Señor una buena simiente: autoridades, figuras, parábolas, comparaciones..."
Detalle del púlpito
 La gente lo sigue embelesada. El escribano dice "¡qué bien habla!". Blas de Queralt, también fraile y que acompaña al predicador comenta "Hace unos años, Nicolás de Chemanges, rector de París, dijo que nadie sabe mejor que él la Biblia de memoria, ni la entiende mejor, ni la cita más a propósito...". Otro, que está junto a ellos, añade que el fraile de aspecto enfermizo que subía al púlpito se ha transformado en un joven robusto y lleno de vitalidad mientras predica. El fraile hace una pausa y prosigue: aconseja oración, silencio, pureza, obediencia, humildad, comprensión de los defectos, conocimiento de sí mismo, valor en las tentaciones, penitencia, dominio de los pensamientos y de las acciones, paciencia en las pruebas, huida de las ocasiones, perseverancia en la oración... El tiempo ha pasado. La campana avisa que es mediodía. El fraile se vuelve entonces hacia un camarín que queda tras de sí en el que está una figura de la Virgen, en actitud sumisa: es la Encarnación. Con voz potente comienza a rezar el Memorare de San Bernardo y el grupo de hombres convertidos y mujeres que le acompaña le siguen. Suenan los cánticos. Al terminar, desciende cuidadosamente las escaleras del púlpito.
 La gente se arremolina para tocar su manto y sólo con dificultad puede salir del templo. Los ricoshomes lo llevan a casa de Don Rodrigo Sancho para que coma algo. Al ofrecerle algunas viandas, el fraile dice que no come carne jamás, que su colación es una lechuga y que ayuna todos los días salvo el domingo. Se aposenta en una silla de tablas. Don Rodrigo le ofrece espléndida comida y bebida, que rechaza. Con voz clara, sonora y brillante, cuenta que ha estado en Barcelona hace unos meses y que, por encargo del Rey Don Martín, ha organizado un estudio general y un colegio para niños huérfanos... Tras quedarse pensativo, comenta que le ha impresionado el Cristo de la Encarnación..., que tiene una mirada penetrante... Le interrumpe Don Pedro Cerdán, noble de la villa. Le da cuenta de que es un Cristo muy antiguo; que siempre estuvo en Tobarra y que siempre fue su patrón. Le narra que, siglos antes, cuando llegaron los ismaelitas, los antiguos tobarreños lo ocultaron en una cueva del cerro sobre el que se yergue la Encarnación; y que luego su memoria se perdió. El fraile lo escucha con interés. Don Pedro le dice "Reconquistada la puebla, se consagró la iglesia a Nuestra Señora. Pero un oscuro y nebuloso día de invierno, un joven pastor llevó su menguado rebaño a la empinada ladera del cerro. El zagal lanzó un guijarro a unas ovejas descarriadas. Al rebotar contra el suelo, oyó una campanilla que le causó extrañeza. Volvió a lanzar otra piedra y, al caer, otra vez sonó la campanilla. Por tercera vez, el sonido se repitió. Intrigado por el hecho, entró en una cueva aledaña al lugar y una luz le cegó. La luz irradiaba del cristo, al que llaman de la Antigua. Ese es nuestro Cristo". El fraile dijo entonces: "No quiso Nuestro Señor dejar sola a su Madre".
Estatua de San Vicente Ferrer en Valencia (1835)

 Ya es media tarde. La gente sigue agolpada ante la casa de Don Rodrigo. El buen fraile sale de la casa. Todos quieren que les toque, que les hable... Se despide. Imparte su bendición. Le acercan el jumento y dificultosamente se sube en él. Comienza a alejarse lentamente seguido de la multitud por la angosta calle que emboca al camino que conduce a Chinchilla, su próxima cita hacia su destino, Valladolid. Hará noche en cualquier lugar, a cielo abierto, teniendo por almohada su Biblia, pues no ha aceptado el ofrecimiento de dormir en casa alguna. Al rato, se ve alejarse al fraile y al grupo que le sigue. El alcalde dice "¡Hoy es un día grande!, ¡ha estado entre nosotros un santo!", Y Don Rodrigo corrobora: ¡Siempre se recordará en Tobarra la Visita de Fray Vicente Ferrer!" 

Fuente: 

Martínez-Cardós Ruiz, José Leandro. Programa de Fiestas Patronales 2008 

Fotografías: 

José Rafael Navarro

2 comentarios:

Joaquín Laborda Camacho dijo...

Acho, que chulo esta el relato. Muy buena idea el ponerlo. En el instituto, nos hicieron escribir una leyenda, y escribí la del Cristo de la Antigua. Me pusieron un 10. Si es que Tobarra da buena suerte.

Un saludo

José Rafael dijo...

A mi también me encanta (y el de la revista de Semana Santa de 1996). José Leandro Martínez-Cardós, a base de datos reales, hace relatos muy chulos.